lunes, 19 de octubre de 2009

EL HUMOR DE LARREY

El nombre de José Larrey resulta familiar para los lectores de HOY, donde colabora desde hace medio siglo. Humorista gráfico, cuyos chistes, aunque más ingenuos, nos recuerdan a los maestros de La Codorniz, el hombre de Usagre ha cultivado también el apunte histórico y la creación literaria.

Hace algunos meses leíamos sus 'Rimas de otoño', cuadernillo de versos amigables que nos prestara un amigo común, Juan José Poblador. El novelista pacense, afincado en los arenales de Conil, nos hace llegar el nuevo libro de Larrey, un relato de humor al que pone intencionado título : 'El día en que Expaña se empezó a llamar la FEFI'. Según el pie de la cubierta, constituyen los ingredientes del irónico texto tres cucharaditas de risa floja, cuatro de politicaca, dos de risitas, tres de malauva, dos de cachondeíto, una de malaleche y un ramito de perejil de Marruecos. Con dicha fórmula se adoban las dieciséis recetas, supuestamente elaboradas por otros tantos equipos de chivatos que se proponen explicar el proceso cuyas vicisitudes conducen desde la antigua España a la maravillosa Federación de Estados Federales de Iberia (FEFI). La metamorfosis sociopolítica se habría iniciado en 1978 para concluir el 2033, fecha en que supuestamente se sitúa la obra. Este primer volumen (se anuncia otro) arranca al inicio del proceso transformador y concluye con los tiempos actuales. Ilustran la narración casi dos centenares de alusivos dibujos, con los que artista fuese criticando en las páginas del periódico los acontecimientos ahora también léxicamente desarrollados. Cada capítulo lleva un titular que evoca los del Quijote y nos sitúa con gracia en el sendero de la noticia analizada. Así se pasa revista a las actuaciones más relevantes de Suárez, Felipe González, Aznar y Zapatero, sin olvidar figuras como las de Carrillo, Tejero y Alfonso Guerra; se sopesan fenómenos sociales como la corrupción, el terrorismo o las corrientes migratorias y se pasa casi por encima de otros: el funcionamiento de las autonomías o la deslocalización empresarial.

Larrey confiesa su propósito de hacer sonreír, sin pretensiones moralizantes, ni enfoques políticos determinados, limitándose a evocar con gracia lo que más ha impresionado a los españoles de su generación. Tal vez alguno puede pensar que no siempre lo consigue o quizás añores actitudes más comprometidas. Pero el escritor se refugia en su libertad, más respetable aún cuando él mismo se paga los costos de la edición, por humilde que ésta sea. Que aproveche a los comensales, es su brindis final.
M. Pecellín Lancharro

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