viernes, 30 de octubre de 2009

EL CAUTIVO


Pasada la fiesta de Todos los Santos, llegaron las lluvias. Hubo primero un fuerte viento que agitaba las copas de los árboles y arremolinaba las hojas muertas; después el cielo se tiñó de gris y las montañas se ensombrecieron bajo los densos nubarrones. Cuando cesó el aire, hubo una quietud silenciosa a la que siguió el golpeteo de gruesas gotas que pronto empaparon la tierra y formaron charcos. El paisaje de la Vera pasó a ser otoñal y triste. Los días se acortaron y los recios muros del castillo rezumaban humedades. Gruesos chorros se desprendían desde los canalones y el agua corría por doquier.
Con tal panorama, apenas podía salirse del palacio. No me importaba; las lecturas unidas a mi imaginación me hacían vivir maravillas. Me sentaba en un rincón confortable del salón, entre cojines, donde, cubierto con una manta, devoraba los libros de caballería. El Perceval me tenía enloquecido. Me seducía especialmente la historia de este héroe que no sabía nada de caballería, y que iba aprendiendo gradualmente a ser un caballero. Su madre le había criado en las profundidades del bosque con el propósito de alejarle de los peligros de la vida civilizada para evitar que un día fuera caballero. Pero el destino hace que llegue a conocer la verdad de su sangre noble: un día contempla por primera vez a los caballeros con sus resplandecientes armaduras y cree estar viendo dioses. Finalmente, abandona a su madre y marcha en busca del Rey. Aunque adquiere rápidamente un caballo y una armadura, el joven Perceval carece de las cualidades morales y de las virtudes propias del noble arte de la caballería; se comporta de manera ruda y grosera, guiado sólo por sus deseos y sin pensar en las consecuencias de sus actos. Pero gracias a Dios, un astuto y viejo señor, Gornemans, accederá a instruirle en los comportamientos y principios propios de un caballero. Deberá tener un fuerte sentido del bien y del mal, deberá sentir compasión para con los desafortunados, ser generoso, atento y, sobre todo, humilde. Tendrá que ser discreto y honesto, dadivoso y no derrochador. Siempre habrá de apiadarse de sus adversarios derrotados si ellos lo piden. Con las damas deberá ser cortés y honorable. En su persona, habrá siempre de manifestarse limpio y elegante.
Identificado con estos sentimientos, vine a traer galas y a cuidar mi aspecto exterior, deseando ardientemente parecerme a tales caballeros de aquellas historias. Obnubilado, perdía la mirada en los bosques otoñales y la fantasía me llevaba a lugares irreales, a vivir aventuras intrépidas y amores imposibles.

El cautivo, Jesús Sánchez Adalid


No hay comentarios:

Publicar un comentario