Un día, como era habitual, estaba con mis compañeros en mi casa, pequeña y naranja. De repente, sentimos un fuerte golpe, nos pusimos nerviosos porque no sabíamos qué pasaba y... ¡se abrió el techo de la casa! y lo peor es que sabíamos que se acercaba nuestro final porque nos compraban para comernos. Con mucha tristeza, y poco a poco, nos despedíamos de uno en uno. Llegó mi hora, mi final, mi despedida... No sabía qué iba a pasar pero lo descubrí en cuanto unos dedos grandes me agarraron y me introdujeron en una cueva con grandes piedras muy afiladas. De allí, pasé a un tunel muy, muy oscuro con un enorme tobogán casi infinito por el que caí muy rápido hasta llegar a una bolsa donde había un líquido que no quiero recordar... Allí me volví a encontrar a la mayoría de mis compañeros, nos pusimos muy contentos de vernos, nos juntamos y decidimos no separarnos. Avanzábamos y nos encontramos con otro tunel muy largo que parecía una montaña rusa al que lo siguieron muchos otros y nos gustaba al principio pero la oscuridad nos daba miedo y cuando pensábamos que aquello no iba a acabar nunca, nos paramos, nos miramos impresionados sin saber qué hacer pero no nos dió tiempo a pensarlo mucho porque vimos una luz y parecían empujarnos hacia allí. Unos decían que parásemos y otros que teníamos que avanzar y al final pudo nuestro afán aventurero y nos acercamos a la misteriosa luz... Gracias a eso todos nos salvamos y ¡nos pusimos muy contentos!.
A partir de ese momento evitamos cualquier contacto con los seres humanos.
Este relato ha sido escrito por Inma, de 3º A. Si adivinas a qué alimento le sucede esta historia, ponlo en los comentarios.
son loslacasitos
ResponderEliminarpor raquel2bachc