¡No puede ser! ¡No es posible! Gritaba Alex, desesperado. Aquella situación lo desbordaba y no alcanzaba a comprender cómo había llegado hasta allí. Era un lugar inhóspito, desolador… No se veía nada alrededor y el horizonte, que se le antojaba muy lejano, era una línea en la que se unían, difuminados, el cielo estrellado y el desolador paisaje desértico. No existía nada más.
Alex, torpemente, comenzó a caminar en línea recta hacia aquel horizonte tan lejano como enigmático. No acertaba a comprender por qué se encontraba allí, solo en aquel inmenso desierto de fina y polvorienta arena, cuya visión le producía sed. Portaba una desvencijada mochila con alimentos envasados al vacío, y una cantimplora llena de agua. ¡Qué situación tan absurda, irracional e incomprensible!
Caminó durante varias horas y el paisaje no cambiaba. Sólo arena amarillenta que, a su paso, se elevaba en grandes nubes de polvo. El sudor le empapaba la camisa y notó sequedad en la boca, y la lengua se le antojó más gruesa. Bebió un trago de agua de la cantimplora, y siguió caminando. El aire era caliente y el sol empezaba a asomar su rubia cabellera por la derecha, lo que indicaba que Alex iba en dirección norte. ¿Qué encontraría yendo en aquella dirección?Inconscientemente, llevó la mano al bolsillo exterior de la vieja mochila y ¡hurra! Allí estaba. Dentro de una funda de piel desgastada por el uso, había un sucio y ajado papel plegado. Muy nervioso, con gran ansiedad, Alex lo desplegó y, efectivamente, era un mapa. No comprendía nada de lo que allí estaba escrito; pues, a pesar de la impecable impresión tipográfica, aquellos signos no se correspondían con ningún alfabeto del que él tuviera conocimiento –Alex era un erudito y hablaba correctamente cinco idiomas-, y no conseguía saber a qué lugar se refería aquel mapa. Aquello no tenía ningún sentido.Estaba a punto de volverse loco. De pronto, a pesar de la claridad del día, ocurrió algo sorprendente: en el horizonte empezó a brillar una luz intensa y deslumbrante, que avanzaba a gran velocidad en dirección sur, directamente hacia Alex. ¿Qué podrá ser? se preguntaba con asombro y preocupación. Tal vez, con miedo. Un miedo que, poco a poco, se iba apoderando de él a medida que aquel resplandor avanzaba.Aquello se acercaba cada vez más, inundando todo el desierto de una claridad cegadora. Seguía acercándose y rugiendo, como lo hace el viento durante un temporal. Alex se estremecía, temblaba… Aquel ruido era ensordecedor. Miraba a ambos lados, intentando escapar. Pero ¿hacia dónde?... imposible evitar el encuentro con aquello tan extraño. ¡Ya está aquí! ¡Dios mío! ¡Me ciega! ¡Socorro! ¡Socor…!
El día era espléndido, y el sol, a través de las contraventanas entreabiertas, acariciaba la piel de Alex iluminando su rostro.
¡Bip, bip! ¡Bip, bip! ¡Bip, bip! Sonaba el despertador sobre la mesilla de noche. De un manotazo, Alex hizo que se callara.
Alex, torpemente, comenzó a caminar en línea recta hacia aquel horizonte tan lejano como enigmático. No acertaba a comprender por qué se encontraba allí, solo en aquel inmenso desierto de fina y polvorienta arena, cuya visión le producía sed. Portaba una desvencijada mochila con alimentos envasados al vacío, y una cantimplora llena de agua. ¡Qué situación tan absurda, irracional e incomprensible!
Caminó durante varias horas y el paisaje no cambiaba. Sólo arena amarillenta que, a su paso, se elevaba en grandes nubes de polvo. El sudor le empapaba la camisa y notó sequedad en la boca, y la lengua se le antojó más gruesa. Bebió un trago de agua de la cantimplora, y siguió caminando. El aire era caliente y el sol empezaba a asomar su rubia cabellera por la derecha, lo que indicaba que Alex iba en dirección norte. ¿Qué encontraría yendo en aquella dirección?Inconscientemente, llevó la mano al bolsillo exterior de la vieja mochila y ¡hurra! Allí estaba. Dentro de una funda de piel desgastada por el uso, había un sucio y ajado papel plegado. Muy nervioso, con gran ansiedad, Alex lo desplegó y, efectivamente, era un mapa. No comprendía nada de lo que allí estaba escrito; pues, a pesar de la impecable impresión tipográfica, aquellos signos no se correspondían con ningún alfabeto del que él tuviera conocimiento –Alex era un erudito y hablaba correctamente cinco idiomas-, y no conseguía saber a qué lugar se refería aquel mapa. Aquello no tenía ningún sentido.Estaba a punto de volverse loco. De pronto, a pesar de la claridad del día, ocurrió algo sorprendente: en el horizonte empezó a brillar una luz intensa y deslumbrante, que avanzaba a gran velocidad en dirección sur, directamente hacia Alex. ¿Qué podrá ser? se preguntaba con asombro y preocupación. Tal vez, con miedo. Un miedo que, poco a poco, se iba apoderando de él a medida que aquel resplandor avanzaba.Aquello se acercaba cada vez más, inundando todo el desierto de una claridad cegadora. Seguía acercándose y rugiendo, como lo hace el viento durante un temporal. Alex se estremecía, temblaba… Aquel ruido era ensordecedor. Miraba a ambos lados, intentando escapar. Pero ¿hacia dónde?... imposible evitar el encuentro con aquello tan extraño. ¡Ya está aquí! ¡Dios mío! ¡Me ciega! ¡Socorro! ¡Socor…!
El día era espléndido, y el sol, a través de las contraventanas entreabiertas, acariciaba la piel de Alex iluminando su rostro.
¡Bip, bip! ¡Bip, bip! ¡Bip, bip! Sonaba el despertador sobre la mesilla de noche. De un manotazo, Alex hizo que se callara.
Robert NewPort
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