Era viernes, día 26 de Marzo, comienzo de las esperadísimas vacaciones de Semana Santa. Yo tenía 15 años, esa edad en la que todo se ve de otro color, en la que todo es ilusión, en la que todo gira alrededor de los amigos… Aquella mañana la pasé en mi clase, 4º E. S. O. A, como siempre junto a Mónica, Manuel, María, Alejandra…, mis mejores amigos. Aquel era el último día de instituto, y lo único que se escuchaba entre esas cuatro paredes eran los diversos y contrastados planes acerca de lo que cada uno iba a hacer: unos pocos, únicamente estudiar; otros pocos, marcharse a otra ciudad; y bastantes, pasarse todo el día de paseo. En lo que a mí respectaba, solamente me importaba estar con ellos, amigos, todo lo demás daba igual.
Al llegar a casa, me encaminé flechada hacia la cocina, aquel lugar en el que cada día me esperaba mi familia, dispuesta a mostrarles todos mis planes a mis queridos padres. Al entrar, mis padres ese viernes no me esperaban con la gran sonrisa de todos los días, sus caras expresaban todo lo contrario, eran caras de impotencia, desesperación, tristeza… M e dijeron que papá había sufrido un traslado en su trabajo, un traslado a la ciudad de Valencia, un traslado en el que en nada se podía intervenir, aquel traslado… que cambió mi vida y la de mi familia para siempre. Llegaron a mi cabeza una lluvia de numerosos recuerdos, unos más deseados de ser recordados y otros no tanto; pero que al fin y al cabo, en su conjunto, eran toda mi vida hasta el momento.
Ana Reyes Mulero
Debía abandonar mi pueblo, Fregenal de la Sierra, mi querido y precioso pueblo, para pasar a una ciudad grande y fea, sin gente que te reconozca por cualquier lado en el que te encuentres. Aquel jardín, que yo veía todos los días, donde en el triángulo, un banco en forma de triángulo (de ahí su nombre) pasaba junto a Manuel, Anabel, Alicia… las horas y las horas, hablando de nuestros planes de futuro, de todas nuestras ilusiones en la vida… Ilusiones en ese instante echadas por tierra. Aquellas visitas a casa de los abuelos, los titos, escuchando entusiasmada sus vivencias de niño. Aquellos consejos de mi tita Antonia, una gran persona que siempre sabía de lo que hablaba. Aquellos veranos en los que los bancos de los miradores sabían más de nosotros que nosotros mismos. Aquellas romerías cantando y bailando con los familiares que no veíamos usualmente, después de visitar a nuestra queridísima Virgen de los Remedios y de contarle todos nuestros problemas; unos problemas insignificantes, pero que a esa edad eran un mundo. Aquellas bonitas tardes de verano en el campo del abuelo, ayudándole en todo con la mayor ilusión que se puede tener. Aquellos domingos de invierno, deseando que dieran las ocho para ir al cine, pero, sobretodo, para ver a los amigos y contarles todas las “novedades” que habían surgido. Aquellas tardes con el teléfono pegado a la oreja, como decía mi buena madre; las largas horas hablando con Mónica del instituto, si nos había mirado aquel chico tan guapo, criticando a los compañeros que no compartían nuestros gustos o, como nosotras decíamos, mostrando nuestra opinión sobre ellos ( así sonaba mejor).
Pero me tocaba seguir mi camino, el camino que la vida nos muestra y ofrece en cada momento, debía resignarme a aquello, un camino incierto, lleno de sorpresas, de alegrías y penas, en definitiva, de experiencias.
Ana Reyes Mulero
MÓNICA MARÍN
Hoy es el día, aquel que nunca pensé que llegaría. Miro atrás y veo todo lo que queda aquí, en mi querido Fregenal de la Sierra.
Han sido 17 años con miles de recuerdos, miles de sueños compartidos, miles de momentos junto a las personas que me quieren y que ahora tengo que dejar, ¿y todo por qué?, porque el destino está escrito, quizás sea mejor así, o quizás no, pero ya nada importa. Mañana a las 8:00 tendré que partir a Salamanca, un lugar desconocido para mí, un lugar en el que nadie me reconocerá, en el que nadie sabrá como me siento.
No quiero llorar, ni que caiga una lágrima por mí, pero todo es tan difícil. Se aproxima la hora, la tristeza me invade, está siendo la peor noche de mi vida.
Recuerdos y recuerdos pasan una y otra vez por mi mente.
Han sido diecisiete cumpleaños, pero mi quince cumpleaños, aquel 9 de Noviembre, no lo olvidaré jamás. Aquel día en el qe vi aparecer a Mario, a mis amigos, con una tarta, mientras cantaban aquello de '"cumpleaños feliz".
Tampoco podré olvidar aquellas calderetas, aquellos días en el campo, reunidos con la familia, mientras que los más pequeños escuchábamos a los abuelos, con especial interés, y es que, eso sí era un vida interesante, llena de emociones.
Las Navidades en familia, una época en la que compartíamos risas, y en la que Jose Luis, mi tío, siempre se atragantaba con las uvas, y es que no se le daban del todo bien.
Recuerdo la excursión a Cantabria, una excursión en la que me di cuenta del verdadero significado de la palabra amistad y, Ana Reyes Mulero, era la responsable. Durante la semana allí, compartimos todo, risas a altas horas de la madrugada, ropa, desorden en la habitación, por el cual recibíamos regañinas, ...
También me acuerdo de cómo cada tarde mi madre me reñía por estar todo el día pegada al teléfono.
El último recuerdo que vino a mi mente, antes de las 8:00 del día que cogería el tren rumbo a Salamanca, fue el de ese verano, el de esa estación tan esperada por todos, en la que día sí, día también subíamos a los miradores, un lugar en el que nos olvidábamos de todo, un lugar en el que compartíamos risas, fotos, planes futuros... y que ahora de un momento a otro, deberían cambiar.
Ahora empieza otro camino, empieza una nueva vida, empieza mi carrera universitaria, algo que marcará de forma especial un antes y un después en mi vida.
Mónica Marín
4º ESO A
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