viernes, 3 de febrero de 2017

EL LAZARILLO. TEST.


Comprueba lo atenta que ha sido tu lectura del Lazarillo haciendo este test.

Porque, ¿y si me diera por ponerlo en el examen...?  



Algo fascinante sucedió en Barcarrota en 1992: en el curso de unas obras en una vieja casa particular unos albañiles descubrieron, al derribar un muro y dentro de él, una camareta en la que alguien había depositado cuidadosamente cuatrocientos años atrás y en un lecho de paja diez libros a los que se quería librar de las ansias de la Inquisición. Su estado de conservación era perfecto. Entre ellos se encontraba uno que justificaba por sí mismo el nombre de tesoro que se dio al conjunto: un ejemplar del Lazarillo de Tormes en una edición de Medina del Campo de 1554 de la que ningún otro se conservaba. Para valorar la importancia del descubrimiento recordemos que de esa obra y de ese mismo año, que de momento se considera el de su primera edición, sin que se descarte que pudo haber alguna anterior, se conservaban únicamente otro ejemplar de la edición de Burgos, otro de la de Alcalá de Henares y seis de la de Amberes.

En octavo, editado en un pobre papel con apenas viñetas y grabados y envuelto en un trozo de pergamino arrancado a un cantoral, nos habla de la modestia de la obra y de lo que allí encontraremos, la azacaneada y mísera vida de un niño que no tuvo mucho tiempo de serlo. ¿Hubiera podido editarse de modo diferente? Hasta el tamaño parece haber sido pensado para esconderlo en cualquier parte.  

Aún suena en nuestros oídos, contra unos y otros, el alegato de su prólogo, tan libre e insobornable como cuando se escribió. En él se nos revela la razón de darnos “entera noticia” de su persona, y cuánto consuelo en ella: “porque consideren los que heredaron nobles estados cuán poco se les debe, pues fortuna fue con ellos parcial; y cuán más hicieron los que, siéndoles contraria, con fuerza y maña remando salieron a buen puerto”.

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