Hablas mejor que yo, al menos de estos temas. Estás acostumbrado a tratar con sentimientos: los vendes, los pesas y analizas, subrayas, recortas, coloreas. Pones negritas y mayúsculas, llevas una base de datos con comillas. De cuando en cuando sacas una frase, la agitas ante mí, la estiras, desempolvas su sujeto y predicado.
No puedo pelear contigo en ese campo, tienes razón. Me asustan tus adverbios: nunca, siempre, ahora;sobre todo ese "ahora" elástico y perecedero en que quieres instalar lo que me pasa.
Que dure lo que tenga que durar, me dices, eligiendo con mimo las palabras.
Yo me callo. Me trago sustantivos, nexos, oraciones enteras. No me atrevo a hablar. Sé que tú tampoco, que lo que me dices no es del todo cierto, que te has blindado contra mí para no hacerte daño.
Te prefería al principio, sobre todo, cuando jurábamos de verdad que las cosas eran imposibles, que nada iba a suceder, que no podíamos ser tan locos. Cuando intento decírtelo, te sonríes. Si sé que vas a dejarme, para qué enamorarme de ti. No puedo enamorarme de alguien que no me necesite.
Asiento, con un nudo en la garganta, con un tapón que forman subjuntivos, los "si fuera" del mundo, los "acasos", los "ojalá" que me prohíbes porque no tienen sentido. Sólo hablamos en imperativos e indicativos. Nunca condicionales, nunca deseos. Tu gramática no deja lugar al imperfecto, no caben tampoco los futuros. En tu sintaxis todo es enunciativo, breve, rápido y certero.
No utilizas nunca un adjetivo. Tu lingüística está hecha con los años que me sacas, a jirones de otras mujeres, de cosas pasadas, y la impones con energía a tu discípula, sin piedad alguna, por mi bien.
No preguntas nada, me acaricias, dibujas interrogaciones con tus dedos, salpicas la cama de cursivas. Mi cuerpo es tu folio en blanco, lo dibujas, lo llenas de palabras nunca dichas, arrancas aliteraciones, curvas de entonación, acentos, súplicas...Me muero en cada palabra que no dices, despierto en cada caricia sin sonido.
Y, cuando estoy vacía, me llenas de nuevo, con tus signos.
Pon punto final.
Te lo suplico.
No puedo pelear contigo en ese campo, tienes razón. Me asustan tus adverbios: nunca, siempre, ahora;sobre todo ese "ahora" elástico y perecedero en que quieres instalar lo que me pasa.
Que dure lo que tenga que durar, me dices, eligiendo con mimo las palabras.
Yo me callo. Me trago sustantivos, nexos, oraciones enteras. No me atrevo a hablar. Sé que tú tampoco, que lo que me dices no es del todo cierto, que te has blindado contra mí para no hacerte daño.
Te prefería al principio, sobre todo, cuando jurábamos de verdad que las cosas eran imposibles, que nada iba a suceder, que no podíamos ser tan locos. Cuando intento decírtelo, te sonríes. Si sé que vas a dejarme, para qué enamorarme de ti. No puedo enamorarme de alguien que no me necesite.
Asiento, con un nudo en la garganta, con un tapón que forman subjuntivos, los "si fuera" del mundo, los "acasos", los "ojalá" que me prohíbes porque no tienen sentido. Sólo hablamos en imperativos e indicativos. Nunca condicionales, nunca deseos. Tu gramática no deja lugar al imperfecto, no caben tampoco los futuros. En tu sintaxis todo es enunciativo, breve, rápido y certero.
No utilizas nunca un adjetivo. Tu lingüística está hecha con los años que me sacas, a jirones de otras mujeres, de cosas pasadas, y la impones con energía a tu discípula, sin piedad alguna, por mi bien.
No preguntas nada, me acaricias, dibujas interrogaciones con tus dedos, salpicas la cama de cursivas. Mi cuerpo es tu folio en blanco, lo dibujas, lo llenas de palabras nunca dichas, arrancas aliteraciones, curvas de entonación, acentos, súplicas...Me muero en cada palabra que no dices, despierto en cada caricia sin sonido.
Y, cuando estoy vacía, me llenas de nuevo, con tus signos.
Pon punto final.
Te lo suplico.
Pilar Galán
(Pacto extremeño por la lectura)
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