Buenas, chicos!
Tarea para la semana del 11 al 17 de mayo:
España es otro país diferente tras la Guerra Civil. Gran parte de los mejores científicos, médicos, filósofos, catedráticos universitarios, pintores, cineastas, actores y actrices, políticos, intelectuales y escritores mueren en la guerra (como Lorca), mueren en la cárcel (como Miguel Hernández), son condenados a cadena perpetua (como Antonio Buero Vallejo) o huyen al exilio (Alberti, Salinas, Juan Ramón, Antonio Machado...). Los pocos que quedaron no podían escribir libremente porque existía censura.
Por ello, la Edad de plata de nuestra literatura, tras la guerra, se convirtió en un páramo. Vacío. Desierto.
Miguel Hernández, poeta, fue encarcelado por "adhesión a la rebelión" y desde la cárcel, escribió esta carta a su amada Josefina, en respuesta a una suya en la que Josefina le decía que había tenido un bebé y no tenían qué comer. Ella tenía poco más que una cebolla.
1. Leed la carta y haced una vosotros. Pensad en alguien a quien echéis de menos durante el confinamiento y escribid vuestra propia carta de estos días (lo que añoráis, lo que os ha mantenido a flote...Con cierta profundidad, por favor).
2. ¿Qué le pasó a Miguel Hernández? ¿Cuántos años tenía cuando murió?¿Pudo ir al colegio? ¿Quién le apoyó para que fuera a Madrid a tratar de publicar sus textos? ¿Le había dado tiempo a publicar sus poemas? ¿Cómo murió? ¿Conoces algún poema de él? (Evidentemente, el que haga corta y pega, no lo tendrá bien).
A Josefina Manresa (Madrid, 12 de septiembre de 1939)
Mi querida Josefina:
Esta semana, como las anteriores, llega martes y no ha llegado tu carta. También empiezo a escribir ésta para que me dé tiempo a echarla después, cuando el correo me traiga la tuya, que no creo que falte hoy. Estos días me los he pasado cavilando sobre tu situación, cada día más difícil. El olor de la cebolla que comes me llega hasta aquí, y mi niño se sentirá indignado de mamar y sacar zumo de cebolla en vez de leche. Para que lo consueles, te mando esas coplillas que le he hecho, ya que aquí no hay para mí otro quehacer que escribiros a vosotros y desesperarme. Prefiero lo primero y así no hago más que eso, además de lavar y coser con muchísima seriedad y soltura, como si en toda mi vida no hubiera hecho otra cosa. También paso mis buenos ratos espulgándome, que familia menuda no me falta nunca, y a veces la crío robusta y grande como el garbanzo. Todo se acabará a fuerza de uña y paciencia, o ellos, los piojos, acabarán conmigo. Pero son demasiada poca cosa para mí, tan valiente como siempre, y aunque fueran como elefantes esos bichos que quieren llevarse mi sangre, los haría desaparecer del mapa de mi cuerpo. ¡Pobre cuerpo! Entre sarna, piojos, chinches y toda clase de animales, sin libertad, sin ti, Josefina, y sin ti, Manolillo de mi alma, no sabe a ratos qué postura tomar, y al fin toma la de la esperanza que no se pierde nunca. Así veo pasar un día y otro día, esperanzado y deseoso de correr a vuestro lado y meterme en nuestra casa y no saber en mucho tiempo nada del mundo, porque el mundo mejor está entre tus brazos y los de nuestro hijo.